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Diario de una pandemia

Día 4

8 de la mañana
Mi misión es simple: recorrer en auto los 19 kilómetros que hay entre mi casa, en Tlalpan, y el consultorio de mi dentista, en la colonia Roma; estacionarme, caminar media cuadra, cruzar la recepción del antiguo edificio de la calle Zacatecas, soportar la tortura de una hora en el sillón con la boca expuesta a instrumentos metálicos, salir del consultorio, subir al coche, darle una moneda al “viene-viene”, manejar de regreso a casa, y no contagiarme en el intento.
Para ser viernes, a la “hora pico”, la Ciudad está irreconocible: avenidas vacías, pasos peatonales despejados, negocios cerrados, parques vacíos, paradas de autobús desiertas, microbuses con asientos libes o al menos sin gente colgando de sus puertas.
Muchas de las cosas cotidianas, hoy hay que nombrarlas a partir de su ausencia.
En avenida Chapultepec, no están los puestos de jugos, ni las ollas de tamales y atole arrojando vapor, ni los voceadores, ni los chavos que limpian los parabrisas en cada semáforo. En el crucero donde Bucareli se convierte en Cuauhtémoc, no hay claxonazos, enfrenones, chillidos de llanta, cerrones, golpes, gritos, chiflidos, ni mentadas de madre. No hay prisas ni ajetreo. Ni filas en las paradas del Metrobús.
Mi dentista me cuenta que sus amigas doctoras que trabajan en el Instituto
Nacional de Enfermedades Respiratorias se las están viendo negras por la llegada de muchas personas asintomáticas exigiendo que les hagan la prueba de COVID-19.
-¿Y qué hacen? -le pregunto.
-Nada; los regresan a su casa y les piden que ya no salgan -contesta la
odontóloga, con obvia simpleza.
En avenida Cuauhtémoc, mientras observo una cuadrilla de trabajadores
construyendo una nueva línea de Metrobús a la altura de Eugenia, enciendo la radio para enterarme de la mañanera.
Entre el dolor de dientes, el hambre y la falta de cafeína, digiero la noticia de que al presidente se le acaba de ocurrir devolverle los tiempos oficiales a los concesionarios de radio y televisión, como una medida para que los medios puedan hacer frente a la crisis económica aparejada a la crisis por la pandemia. La noticia emitida desde Palacio Nacional muy pronto encenderá las redes sociales. “Va a arder Troya”, me advierte una amiga experta en medios y publicidad oficial.
Lo más curioso es que el presidente diga que “hoy mismo va a firmar un decreto”, y que luego no firme ni publique nada. Pero, bueno, así son las mañaneras: reuniones de gabinete en vivo, en las que los funcionarios tienen que tomar nota de las ocurrencias de su jefe, para luego intentar implementarlas como actos de gobierno.
No aguanto más y quiero un café, aunque sea de El Jarocho. Pero Coyoacán está desierto. La plaza principal está acordonada con cinta amarilla, como si ahí dentro hubiese ocurrido un crimen; el crimen de pasearse como si nada en plena emergencia sanitaria.

Ni Jarocho, ni nada. La imagen borrosa de Los Coyotes en medio de la fuente, a 20 metros de las cintas amarillas, me invita a largarme a mi casa.
Hay varias formas de sobrellevar la cuarentena.
Una es preocuparse por los grandes problemas nacionales, preocuparse y
deprimirse.
Otra es evadirse de la realidad, viendo de un tirón los ocho capítulos de la
temporada 4 de La casa de Papel.
Otras son comer, beber, leer, fumar, dormir, roncar, soñar, cocinar, jugar, escribir, pintar, regañar, reclamar, reprochar.
Mi amigo Wilbert Torre -extraordinario periodista mitad chilango y mitad yucateco, que ha perfeccionado el arte de la crónica y el arte de cocinar Cochinita Pibil- se ha propuesto sobrevivir a la pandemia guisando ese extraordinario platillo del Mayab para surtir pedidos a través de @WilbertTorre en Twitter, de a 350 pesos el kilo. Los cuates le hemos sugerido que bautice su negocio como Cochinita PiWil, y creo que este fin de semana ya tiene saturada la lista de pedidos.
Otra manera de sobrevivir al encierro es leer todos los mensajes y ver todos los memes que llegan por WhatsApp. Lo mismo cadenas de oración, que videos alarmistas, reportajes extraordinarios, noticias falsas, noticias verdaderas, reflexiones lacrimógenas, remedios, recetas, ventas de gel al mayoreo, ofertas de cubrebocas, gráficos llenos de mentiras, arte, entretenimiento, tests para saber si ya le pegó a uno el Coronavirus, canciones, arte, cultura, paseos virtuales por impresionantes museos, videojuegos, pornografía, geografía, radiografías, alertas, libros de autoayuda, ejercicios para endurecer los músculos, ejercicios para relajar
el alma, fotos antiguas de López Gatell cuando era joven y guapo, cientos de stickers, miles de AMLOs, y un montón de imágenes aparentemente inocentes que acaban en el alarido de la gritona del WhatsApp o la improsionanti imagen del Negro del WhatsApp.
Y también está la otra opción: trabajar. Conectarse a una reunión virtual, ver a los compañeros de trabajo en la pantalla; discutir, opinar, ponderar, proponer, sugerir, analizar o poner cara de interés cuando en realidad estás tratando de indagar en su sala, su cocina, su jardín, su estudio, su recámara, adivinando cómo es la habitación de la que sólo ves un pequeño fragmento.
Mi hermano Erick me preguntó el otro día por qué todos los periodistas, políticos, comentaristas y toda clase de expertos que ahora salen en la TV haciendo enlaces, posan ante las cámaras de sus computadoras con un librero atrás.
-Es para que uno crea que leen un chingo, y que son bien intelectuales -me dijo mi hermano.

Y en parte tiene razón. Nadie lee todos los libros que tiene en su biblioteca (a menos de que sea un huevón que no lee nada, o que ha leído uno o dos libros por cada año de su vida), pero todos los que llegan a ser tan importantes como para salir en la TV deben tener un librero digno de ser presentado a las nuevas audiencias. Si se alcanza a ver el título enmarcado colgado en la pared, bien; una foto familiar, muy bien; un recuerdo que denote que viajaste al extranjero, excelente; un globo terráqueo como el que tenía Mafalda, ¡de lujo! Si todo se ve casual, A Toda Madre.
Así son también las reuniones de home office, o las clases en línea: uno busca un fondo más o menos presentable, que no aparente mucha producción, pero que tampoco cause la impresión de que sólo te levantas de la cama más que para ir al baño.
8 de la noche
Se soltó un tormentón de miedo al sur de la Ciudad de México. Se cayó el cielo, pero se refrescó mucho la noche. A pesar de los apagones, hay que decir: bendito aguacero.
Por lo que se refiere a las cifras, en el día cuatro tampoco hay buenas noticias. Entre el jueves 2 y el viernes 3 de abril, se murieron 10 personas en México, y 178 más fueron diagnosticadas con la enfermedad.
Con mil 688 casos confirmados y 60 muertos, México se acerca a esa zona de terror por la que ya pasaron España e Italia.
La semana entrante puede ser muy dura.
Hay que seguir en casa… y abrazarnos, aunque sea a la distancia.

Por Ernesto Núñez Albarrán

México, 1972
Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México y maestro en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid (El País). / Inició su carrera periodística en 1993, en el diario El Norte de Monterrey. Fue fundador del periódico Reforma, donde fue reportero de las secciones Ciudad y Nacional. De 2007 a 2013 fue editor del suplemento dominical Enfoque del mismo diario. Y de 2013 a 2018 fue editor en jefe del suplemento dominical de cultura, política y sociedad Revista R. / En sus más de 27 años de carrera se ha especializado en la cobertura de procesos electorales, partidos políticos, asuntos legislativos, conflictos políticos, movimientos sociales y participación ciudadana. / Es autor del libro "Crónica de un sexenio fallido, la tragedia del calderonismo" (Grijalbo, 2012). Crónicas suyas han formado parte de las antologías "Tiembla" (Almadía, 2017) y "19 edificios como 19 heridas" (Grijalbo, 2018). / Imparte clases de periodismo en la Universidad Iberoamericana y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. / Actualmente es columnista en Aristegui Noticias y Pie de Página, y asesor en comunicaión política en el Instituto Nacional Electoral.

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