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Diario de una pandemia

Día 1

Las horas transcurren lentamente, la montaña de trastes aparece y desaparece de la cocina tres o cuatro veces al día…

Sí, ya sé: llevamos demasiados días encerrados o al menos limitados a hacer nuestra vida normal, como para llamarle a éste, día 1.

Las escuelas suspendieron labores oficialmente desde el lunes 23 de marzo, aunque la mayoría de los colegios privados cerró sus puertas desde la semana anterior. Muchas instituciones, empresas, negocios y universidades mandaron a su gente a hacer “home office” desde hace muchos días. Y las calles comenzaron a vaciarse, conforme las viviendas -normalmente vacías durante casi todo el día- se mantienen habitadas por esos extraños que, en temporada normal, sólo llegan ahí a dormir y a pasar el fin de semana.

Así que no es el día 1, pero llamémoslo Día 1. 

Todo comenzó en diciembre de 2019, cuando un nuevo coronavirus provocó un brote infeccioso en la ciudad de Wuhan, China, causando la propagación de la nueva enfermedad COVID-19.

En México, los primeros contagios se detectaron desde finales de febrero; el gobierno mexicano comenzó a dar conferencias de prensa y comunicados técnicos diarios desde el 3 de marzo, y la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente la pandemia por COVID-19 el 11 de marzo.

Por esos días, comenzamos a conocer al subsecretario Hugo López-Gatell, que se ha convertido en la voz que nos explica detalladamente qué es esto del Coronavirus y el COVID-19, y nuestro guía en la emergencia sanitaria. Aquel 3 de marzo, cuando en el mundo se reportaban ya 90 mil 870 enfermos de COVID-19, la Secretaría de Salud reportaba cinco casos en México, todos importados.

Hoy, la situación es distinta. Muchas imágenes han pasado frente a nuestros ojos y oídos, y muchas noticias nos han llegado y nos han inquietado, primero desde China, después desde Europa, luego desde Estados Unidos y, ahora, desde nuestro territorio. Noticias tristes y preocupantes. Nunca nos imaginaríamos que en Italia o España, 700 personas se murieran en un solo día por una enfermedad en pleno siglo XXI. O que Estados Unidos fuera a colocarse a la cabeza en número de infectados.

En este martes 31 de marzo, López-Gatell nos ha dicho que en México ya hay mil 215 casos confirmados y 29 defunciones. Son 121 casos más que ayer lunes, cuando el Consejo de Salubridad General (máxima autoridad en estos temas) hizo la declaratoria de emergencia nacional; son 222 casos más que el domingo, cuando ya todos estábamos encerrados a piedra y lodo, y 367 más que el sábado, cuando López-Gatell nos pidió, ahora sí ya en serio: QUÉDENSE EN CASA, ES LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD.

La última oportunidad, no de evitar miles de contagios y muertes que podrían contarse por decenas, centenas o millares (eso se da por hecho que va a ocurrir), sino la última oportunidad de que los enfermos no rebasen la capacidad de atención hospitalaria. “Ayúdennos a aplanar la curva”, ha suplicado el subsecretario y vocero de la pandemia, al tiempo que muestra una gráfica con dos líneas, una que forma una pronunciada pendiente en el lapso de dos meses y otra que forma una especie de meseta a lo largo de cuatro-cinco meses.

Y entonces aquí estamos. Y ya sé que no es el día 1, porque podría ser el día 20 si contabilizamos la emergencia desde el día que la OMS declaró la pandemia, o el día 28 si contamos a partir del primer comunicado oficial de la Secretaría de Salud; el día 10 o el 8, si contamos desde que los niños ya no fueron a la escuela, o el día 100, si nos remontamos a los primeros contagios ocurridos en China.

Les propongo llamarle día 1, porque es el primer día desde que se ha declarado oficialmente la emergencia nacional, y porque nos han pedido que a partir de hoy nos guardemos, AHORA SÍ EN SERIO, hasta el próximo 30 de abril. Y eso hace más fácil llevar la cuenta.

El día 1 (que ya no es día 1 porque si alguien lee esto ya no será martes sino miércoles, y ya no será marzo, sino abril) transcurrió sin mayor pena y sin mayor gloria. 121 casos más, 1 muerto más. Y mucha politiquería. Andrés Manuel López Obrador sigue dando pasos en falso en medio de la situación más delicada que hayan enfrentado México y el mundo en lo que va del siglo XXI. Todos quisiéramos ver más a López Gatell y menos a López Obrador, pero el presidente insiste en hacer conferencias mañaneras, giras y reuniones con un gabinete en donde más de 10, incluido él, son población de riesgo por rebasar los 60 años. Y mientras, sus opositores, críticos, malquerientes y detractores siguen aprovechando esos errores para desacreditarlo. ¡Cuánto material les ha dado en las últimas semanas! Desde su beso a la niña y su llamado a no dejar de ir a las fonditas, hasta el insólito saludo a la mamá de El Chapo.

Mucha gente duda de las cifras que da el gobierno; muchos afirman que hay muchos más casos, aunque no presenten una sola prueba de ello. Hay un expresidente queriendo sacarle jugo a la situación, presumiéndonos que él salvó al mundo del AH1N1 en 2009. Y todos tenemos un amigo, una amiga, un compadre o una tía del WhatsApp que conoce a alguien que tiene una prima que trabaja en un hospital donde mucha gente ha muerto de COVID-19 sin que se tome registro.   

Los rumores se esparcen más rápido que el coronavirus, y los teléfonos de todo mundo están infectados con noticias falsas, que alguien difunde para confundir o para atacar al adversario.

Las calles están vacías; el ruido de los coches no ha desaparecido, pero por momentos se escucha menos que el trino de los pájaros. Sigue haciendo un calor infernal, y la vida de cuatro personas en 90 metros cuadrados comienza a pasarle factura a la paciencia y la tolerancia.

Las horas transcurren lentamente, la montaña de trastes aparece y desaparece de la cocina tres o cuatro veces al día, la comida vuela ante la voracidad de dos adolescentes, las bolsas de basura tienen botellas de vino y latas de cerveza aunque no sea fin de semana, el internet se ha vuelto más lento de lo habitual, el coche se sigue cubriendo de polvo y el tanque de gasolina sigue igual que hace una semana. Las clases por Skype van bien, aunque hoy me he enterado de que una alumna se ha contagiado. 

Una buena parte de mi trabajo consiste en leer, oír y ver noticias, así que todo el tiempo estoy conectado a las últimas novedades y los más locos dislates sobre COVID-19. Nadie habla de otra cosa, incluido yo, que hoy hablé con Carmen Aristegui sobre la posibilidad de postergar las elecciones locales de Coahuila e Hidalgo por los efectos de la enfermedad en esos procesos. A nadie le interesa otra cosa, y las otras cosas comienzan a estar todas conectadas con la pandemia, el encierro y la incertidumbre por lo que vendrá después de la pandemia y después del encierro. Todo es COVID-19, incluido mi trabajo y las decisiones que se toman en mi trabajo. 

El nuevo libro de Guillermo Arriaga, con el que ganó el Premio Alfaguara, compite por mi atención y mi tiempo con la relectura de La Peste, de Albert Camus, y con la escritura de otro libro, que aún no existe, pero que quiero acabar de escribir en este encierro.

El parque donde corro tiene nuevos visitantes. La gente saca a pasear a sus perros más veces de lo acostumbrado. Todos los días descubro que hay una vecina o un vecino al que no conocía. 

Todos los días, crece en mí la sensación de que es posible salir de esto siendo mejores personas, una mejor sociedad y un mejor país. 

El día 2, estoy seguro, será más interesante.

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