La fotografía de Valente Rosas, en la portada de El Universal, es contundente:
policías de la Ciudad de México cierran la calle Madero para impedir el paso hacia el primer cuadro. Uno de los agentes, ataviado con cubrebocas, parece custodiar una manta de vinil que cuelga de la valla metálica, en la que puede leerse: “NO HAY PASO. Establecimientos cerrados por la contingencia COVID-19. QUÉDATE EN CASA”.
El pie de foto aclara que en realidad sí hay paso, pero que las vallas buscan
“enviar el mensaje de que el Centro está cerrado”.
Es una estrategia disuasiva que, sin embargo, no impidió que miles de transeúntes llegaran hasta el Zócalo, hicieran compras, pasearan, o acudieran a Palacio Nacional a visitar al presidente.
En la tarde, otra fotografía del Centro Histórico, ésta de Marco Ugarte para la agencia AP, muestra un Zócalo insólito, en el que es posible contar a las personas y los coches que pasan por ahí.
No hay confinamiento para las reporteras, los reporteros y los improvisados que cubren las conferencias mañaneras de Andrés Manuel López Obrador. Tampoco para los integrantes de organizaciones populares que desde hace semanas mantienen un plantón bajo los balcones de Palacio. Menos para los empresarios que acudieron ayer a dialogar con el primer mandatario.
No hay obstáculo que detenga a las y los periodistas que acuden a la conferencia de Hugo López-Gatell a las 7 de la noche, para recoger y transmitir el parte de guerra de todos los días:
Jueves 2 de abril de 2020
1,510 casos confirmados
4, 653 sospechosos
7,822 negativos
50 defunciones
13,985 total de personas estudiadas
Más de un millón de casos a nivel mundial
Datos que provocan análisis y reflexiones.
Ayer eran 1,378 casos confirmados y 37 defunciones. Es decir, en un solo día se confirmaron 132 casos nuevos, y murieron 13 personas.
Se mantiene la tendencia de aumento de más de cien casos por día, pero hay un repunte importante en el número de fallecimientos, que no habían llegado a diez en una sola jornada.
Aún así, la vida no se ha detenido.
Las calles lucen casi vacías, pero no vacías, y en ese “casi” caben miles, sino es que millones de personas que no han parado, y que no son ni policías, ni médicos, ni periodistas, ni trabajadores de limpia, ni funcionarios, ni ninguna otra cosa que permita suponer que están desempeñando una actividad de las consideradas esenciales.
Algunos son funcionarios, ejecutivos de corporativos financieros, comerciantes o empresarios que se aferran a no ver morir sus negocios. Otros trabajan como mensajeros, repartidores de comida, empleados del Seven-eleven, el OXXO y otras tiendas; meseros, garroteros, boleros, limpiaparabrisas, y hasta prostitutas que se juegan el pellejo sobre Calzada de Tlalpan.
Unos, como contaba ayer la periodista Elia Almanza en @RuidoEnLaRed, viven en parques, bajopuentes o predios abandonados, y para ellos quedarse en la casa es lo mismo que “quedarse en casa”.
Otros son como Marcelo, un señor que vive de lavar coches, vender tiliches y hacer diversas chambitas cerca de mi colonia, al que ayer me encontré en una avenida, muy quitado de la pena.
-¿Tú qué onda Marcelo, qué haces afuera? -le pregunté con ingenuidad,
insinuándole que debía quedarse en casa.
-N’ombre. Si me encierro, ¿qué voy a comer? -me respondió sonriente, tomando aire mientras acomodaba mentalmente sus palabras.
Y, antes de que perdiéramos contacto visual, alcanzó a terminar la frase.
-Prefiero morirme de Coronavirus, que morirme de hambre.
¿Sabiduría popular, o instinto de supervivencia? La ocurrencia de Marcelo me dejó pensando en todas esas personas que no pueden quedarse en casa a ver pasar la cuarentena, porque no están en una nómina, porque no laboran en una empresa o institución obligada a ser solidaria con sus trabajadores, o porque no tienen la suerte de trabajar para un patrón que vaya a pagarles una, dos, tres, cuatro o cinco semanas sin presentarse a trabajar.
¿Qué va a ser de ellas?, ¿qué va a ser de ellos?
¿Qué será la próxima semana de lugares como Acapulco, La Huasteca, Oaxaca, donde los pobladores esperan todos los años con ansias la Semana Santa y la llegada del turismo nacional que atiborra parques, balnearios, sitios arqueológicos y hoteles de una o dos estrellas?
A ellos sí que les habrán robado el mes de abril.
Hoy, en el día 3 de la emergencia nacional, preocupa tanto la crisis de salud como la crisis económica. Y no sólo a los más pobres.
Las caras de los empresarios que acudieron ayer a Palacio Nacional mostraban claros signos de inquietud e insomnio.
Los representantes del Consejo de Negocios, el Consejo Coordinador
Empresarial, la Concamin y la Asociación Mexicana de Bancos dialogaron durante cuatro horas con el presidente López Obrador, tres días antes de que presente el plan nacional para atender la emergencia económica.
Según reporta la prensa, AMLO insistió en que su gobierno no salvará a los ricos, si no a los pobres, por lo que las cúpulas empresariales se quedaron sin el plan de estímulos fiscales que hubieran querido.
No habrá exención en abril, pero sí un fondo para capitalizar a empresas que no puedan sostener el salario de sus trabajadores.
Por lo pronto, uno de los asistentes a la reunión de ayer, dijo que un millón 600 mil empresas podrían parar durante el mes que durará la contingencia sanitaria.
Un golpazo a una economía de por sí maltrecha, que navega en aguas
turbulentas: crisis en China, crisis en Europa, crisis en Estados Unidos, recesión mundial, caída de los precios del petróleo y un tipo de cambio esquizofrénico.
Una tormenta perfecta que llevó a la Secretaría de Hacienda a pronosticar un escenario en el que el Producto Interno Bruto del país podría tener una caída de 3.9 por ciento; datos con los que no coincide AMLO -desde luego- y que ayer lo llevaron a aplicarle al secretario Arturo Herrera, la misma receta que le aplicó el año pasado a Carlos Urzúa, cuando éste redujo el pronóstico de crecimiento a un insignificante -pero realista- 1.2 por ciento.
Urzúa renunció después de que su jefe desautorizara sus pronósticos. ¿Cuánto tiempo más aguantará Herrera?
La economía no crece y, sin embargo, AMLO dice que esta tormenta perfecta de pandemia y contracción económica le viene “como anillo al dedo para afianzar el propósito de la (cuarta) transformación”.
Una frase que les vino “como anillo al dedo” a quienes ya no ven al presidente como un factor de solución a la crisis, sino como parte esencial del problema.
Frase demoledora que, si todo sale mal, será recordada como una de las más desafortunadas afirmaciones de un presidente frente a una crisis nacional.
Provoca insomnio pensar en todo eso. Quita el sueño imaginar que a la crisis de salud seguirá la crisis económica, y a ésta la crisis social; porque al final de todas vendrá la crisis política. Insomnio.
¿Quién no ha tenido insomnio en estos días de paro obligado? ¿Quién puede dormir bien sin quemar la suficiente energía durante el día? ¿A quién no le ha aumentado terriblemente su tiempo en pantalla? ¿Y a quién no le cuesta trabajo conciliar el sueño después de estar expuesto durante horas a múltiples pantallas?
¿Quién no está harto de su teléfono, su tablet, su televisión y su computadora?
Pero, ¿quién puede sobrevivir a este encierro sin su teléfono, su tablet, su
televisión y su computadora?
¿Quién puede pegar el ojo y dormir a pierna suelta, con este maldito calor?
En el tercer día parece que no hay nada divertido que contar.
Incluso, la foto del Piojo Herrera devorando cortes Prime en el asador de su jardín resulta deprimente.
Otra vez se acaba el día sin que nadie tenga muchas ganas de irse a dormir.
Mi perra me observa con ganas de que ya termine, para que la saque a su paseo de medianoche.
Allá afuera sopla una brisa reconfortante.
Mis hijos esperan el estreno de la temporada 4 de La Casa de Papel y, mientras tanto, indagan sobre una absurda historia de fantasmas que, al parecer, sustituyeron al Tío Gamboín en la programación del Canal 5.
Además de la exitosa serie de las máscaras de Dalí, #ComoAnilloAlDedo y #LadyZopilota son tendencia en Twitter. Y Grupo Modelo acaba de confirmar que el domingo suspenderá la producción de sus cervezas.
Definitivamente, desde el día 3 no es fácil ver el futuro sin desolación.